Los lugares que ya no me llenan
Antes me gustaban las fiestas. Las discotecas. Los lugares llenos de ruido y gente.
Ahora voy... y me siento fuera de lugar.
El cambio silencioso
No fue algo que pasó de la noche a la mañana. Fue gradual, casi imperceptible. Como cuando dejas de disfrutar una comida que antes te encantaba, pero no sabes exactamente cuándo cambió tu paladar.
Al principio pensé que era solo una mala noche. O que estaba cansado. O que la música no estaba buena. Pero después de varias veces sintiendo lo mismo, tuve que admitir la verdad:
Yo había cambiado.
Lo que veo ahora
Cuando voy a estos lugares, veo cosas que antes no veía. O que veía pero no me molestaban.
Veo personas embriagadas tratando de llenar un vacío con alcohol. Veo conversaciones superficiales gritadas por encima de la música. Veo gente drogada, perdida en sus propios mundos artificiales. Veo soledad disfrazada de diversión.
Y me pregunto: ¿siempre fue así? ¿O soy yo el que ahora ve diferente?
La nostalgia de quien fui
A veces extraño a la persona que era. La que podía perderse en la música, en el momento, en la ilusión de que estar rodeado de gente significaba no estar solo.
Era más fácil entonces. Más simple. Menos complicado.
Pero también era menos real.
El precio de despertar
Hay un precio que se paga por volverse más consciente. Pierdes la capacidad de disfrutar cosas que antes te divertían. Ves a través de las ilusiones que antes te consolaban.
Es como si hubiera desarrollado una alergia a lo superficial. Mi alma rechaza automáticamente lo que no tiene sustancia.
Y eso me deja en un lugar extraño: demasiado despierto para los placeres simples, pero no lo suficientemente evolucionado para encontrar alternativas que me llenen completamente.
La búsqueda de algo real
Ahora busco otras cosas. Conversaciones que vayan más allá del clima. Momentos de silencio compartido. Risas que nazcan de algo genuino, no del alcohol.
Busco presencia real. Conexión auténtica. Experiencias que me nutran en lugar de drenarme.
Pero esas cosas son más difíciles de encontrar. Requieren más esfuerzo. Más vulnerabilidad. Más riesgo de ser rechazado por ser "demasiado intenso" o "demasiado serio".
Entre dos mundos
Me encuentro en un lugar incómodo: entre el mundo que dejé atrás y el mundo que aún no encuentro completamente.
A veces voy a esos lugares porque mis amigos van. Porque no quiero ser el antisocial. Porque parte de mí espera que tal vez esta vez sea diferente.
Pero cada vez me siento más como un extraño observando una obra de teatro en la que ya no quiero participar.
La aceptación
Estoy aprendiendo a aceptar que está bien haber cambiado. Que está bien que las cosas que antes me llenaban ya no lo hagan. Que está bien buscar algo diferente, algo más profundo.
No significa que juzgue a quienes aún disfrutan esos lugares. Solo significa que yo necesito otra cosa ahora.
"Crecer es perder algunas cosas para ganar otras. El arte está en asegurarse de que lo que ganas valga más que lo que pierdes."
Tal vez lo que estoy ganando es autenticidad. Claridad sobre lo que realmente me importa. La capacidad de elegir conscientemente cómo paso mi tiempo y con quién.
Y tal vez eso vale más que la facilidad de divertirse en cualquier lugar.
El camino hacia adelante
No sé exactamente qué viene después. Dónde encontraré esa conexión real que busco. Cómo construiré una vida social que se alinee con quien soy ahora.
Pero sé que no puedo fingir que no he cambiado. No puedo volver a ser quien era solo porque era más fácil.
Así que sigo adelante, buscando mi tribu. Buscando lugares que nutran mi alma. Buscando experiencias que me hagan sentir más vivo, no menos.
Y mientras tanto, aprendo a estar cómodo con la incomodidad de estar entre mundos. Porque tal vez ese es exactamente el lugar donde necesito estar para seguir creciendo.