15 años puliendo autos, puliendo mi alma
Tengo 30 años. La mitad de mi vida la he pasado puliendo autos.
Cuando empecé, era solo un trabajo temporal. "Mientras encuentro algo mejor", me decía. Quince años después, sigo aquí. Y "algo mejor" se convirtió en una promesa que me hago cada año y que cada año se desvanece en la rutina.
El cuerpo que sabe, la mente que vaga
Hay algo extraño que pasa cuando haces lo mismo durante tanto tiempo. Tu cuerpo desarrolla una memoria propia. Tus manos saben exactamente cuánta presión aplicar, en qué dirección mover la pulidora, cuándo cambiar de producto.
Y mientras el cuerpo trabaja en automático, la mente... se va.
A veces estoy puliendo un auto y de repente me doy cuenta de que no sé cuánto tiempo ha pasado. Mi mente estaba en otro lugar completamente. Pensando en conversaciones que nunca tuve, en lugares que nunca visité, en versiones de mí mismo que nunca fui.
Y cuando "regreso", el trabajo ha avanzado. Como si hubiera un piloto automático que se hace cargo cuando yo me desconecto.
La paradoja del trabajo manual
Hay algo profundamente meditativo en el trabajo con las manos. El movimiento repetitivo, el enfoque en el presente, la transformación visible de algo opaco en algo brillante.
Pero también hay algo profundamente frustrante.
Cada auto que termino se ve perfecto. Brillante. Nuevo. Pero al día siguiente hay otro auto esperando. Y otro después de ese. Y otro más.
Es como pintar una pared que se ensucia cada noche. El trabajo nunca termina realmente. Solo se pausa hasta mañana.
Los clientes y sus historias
En quince años, he visto miles de autos. Y detrás de cada auto, una historia.
El ejecutivo que viene cada semana porque su auto es su oficina móvil. La señora mayor que trae el auto de su esposo fallecido porque "a él le gustaba verlo brillar". El joven que ahorra durante meses para traer su primer auto usado.
A veces me pregunto qué historias cuentan sobre mí. "El que siempre está ahí", tal vez. "El que hace buen trabajo pero nunca habla mucho".
Soy parte del paisaje de sus vidas, pero ellos no saben nada de la mía.
El orgullo silencioso
No voy a mentir. Hay satisfacción en hacer algo bien.
Cuando un auto llega sucio, rayado, opaco, y lo entrego brillante como un espejo, hay un momento de orgullo. Pequeño, silencioso, pero real.
He desarrollado habilidades que no sabía que tenía. Puedo ver imperfecciones que otros no notan. Sé exactamente qué producto usar para cada tipo de pintura. Puedo predecir cuánto tiempo tomará cada trabajo solo con mirarlo.
Es expertise. Real, tangible, valiosa.
Pero también es expertise en algo que nunca planeé hacer.
Las noches de programación
Después del trabajo, cuando llego a casa, a veces me siento frente a la computadora y programo. Es mi escape, mi ventana hacia otro mundo.
Mientras programo, no soy "el que pule autos". Soy alguien que crea, que resuelve problemas, que construye cosas que no existían antes.
Pero muchas noches estoy tan cansado que solo me tiro en la cama. O me quedo viendo televisión sin realmente ver nada.
Y me pregunto: ¿estoy viviendo dos vidas? ¿La del día, donde sobrevivo, y la de la noche, donde trato de vivir?
El peso de la rutina
Quince años es mucho tiempo. Es la mitad de mi vida. Es más tiempo del que pasé en la escuela. Es más tiempo del que he pasado haciendo cualquier otra cosa.
A veces me siento como si hubiera intercambiado mi juventud por estabilidad económica. Como si hubiera puesto mi vida real en pausa para poder pagar las cuentas.
Y lo más duro es que no sé cómo salir sin arriesgar esa estabilidad.
La pregunta que no me atrevo a hacer
¿Qué habría pasado si hubiera tomado riesgos?
¿Qué habría pasado si hubiera estudiado programación desde el principio? ¿Si hubiera buscado trabajos que me desafiaran en lugar de trabajos que me pagaran? ¿Si hubiera elegido crecimiento sobre seguridad?
Pero esa pregunta es peligrosa. Porque no puedo cambiar el pasado. Solo puedo decidir qué hacer con el presente.
El auto que soy yo
A veces pienso que yo soy como los autos que pulo.
Por fuera, me veo bien. Funcional. Presentable. Pero por dentro, hay partes que necesitan atención. Hay óxido emocional que necesita ser removido. Hay sueños que necesitan ser pulidos hasta brillar otra vez.
La diferencia es que los autos vienen a mí para ser restaurados. Yo tengo que restaurarme a mí mismo.
Una pequeña esperanza
Pero tal vez... tal vez estos quince años no fueron tiempo perdido.
Tal vez me enseñaron paciencia. Perseverancia. La satisfacción del trabajo bien hecho. La humildad de ganarse la vida con las manos.
Tal vez me dieron la estabilidad económica que necesito para tomar riesgos ahora. Tal vez me dieron la experiencia de vida que necesito para valorar las oportunidades cuando lleguen.
Y tal vez, solo tal vez, me dieron la historia que necesito contar.
"No hay trabajo pequeño, solo personas que se sienten pequeñas haciéndolo."
Mañana volveré a pulir autos. Pero tal vez con una perspectiva diferente. Tal vez viendo cada auto como una oportunidad de practicar la excelencia. Tal vez viendo cada día como un paso hacia algo más grande.
O tal vez simplemente viendo cada día como lo que es: una oportunidad de estar presente, de hacer algo bien, de encontrar dignidad en el trabajo honesto.
Mientras sigo puliendo mi alma.